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New Order salvan su reválida con Music Complete

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Supieron sobrevivir y reinventarse tras el suicidio de Ian Curtis, lograron no desperdigarse tras los parones, regañinas y lapsos que ha sufrido su carrera, y ahora, después de que todos dieran por hecho que no veríamos nunca más a New Order bajo ese nombre, cambian las tornas y se sobreponen a la marcha -nada amistosa- de otro mito: Peter Hook, el gran e inconfundible bajo de la banda desde que eran Joy Division. Y no es que hallan hecho el disco de su vida, pero Music Complete hace que la historia continúe con buena nota, un disco muy notable para las alturas a las que estamos y las zozobras arrastradas.

Adios a Peter Hook, afianzamiento de Peter Cunningham, reencuentro con Gillian Gilbert y Peter Saville, con su clásico e inconfundible estilo diseñando portadas, bienvenidos Tom Chapman y Mute Records, y abrazos a las colaboraciones habituales (Dawn Zee), y estelares (Iggy Pop, Brandon Flowers, La Roux). Con todo ello, Bernard Sumner y Stephen Morris, continúan el camino abierto en 1980, únicos miembros además, desde los tiempos de Joy Division.

new_order_2015_promo1Confieso que a las primeras escuchas, Music Complete me desorientó bastante. De entrada me retrotrajo -y lo sigue haciendo-, a cosas de recuerdo tan dispar como el fabuloso Technique (1989), el fallido Republic (1993), o los vaivenes de Electronic, el supergrupo que Sumner montó en los noventa con gente como Neil Tennant (Pet Shop Boys), Johnny Marr (The Smiths), Karl Bartos (Kraftwerk), o Jimi Goodwin (Doves). Un par de semanas después las dudas se disipan y solamente veo lo bueno que esas referencias pudieron traer, aunque sin llegar a las delicatessen de lo que publicaron en aquel 1989. Obviamente, Music Complete es un disco de clara predominancia electrónica.

No nos dejemos engañar por Restless, su primer single, que ejerce el papel de aquella joya llamada Regret que prologaba la decepción que después sería Republic. Aunque encontrará alma gemela al afrontar la recta final con Academic, no hay que esperar mucho para que las máquinas y el jolgorio bailongo que, desde mitad de los ochenta, New Order no se puede quitar de encima en mayor o menor medida, aparezcan. Y eso que la ruptura es casi total con respecto a sus últimos trabajos –Get Ready (2001) y Waiting For The Siren’s Call (2005)-, mucho más rockeros -nótese que obviamos Lost Sirens (2013)-, pero lo que cualquier buen fan de la banda sabe, es que no sólo nunca le hicieron ascos a la electrónica y al baile, sino que además abrieron nuevas sendas, algunas de ellas claves, en explorar este estilo de música. Otra cosa es que genere frentes entre los más radicales defensores de las épocas y estilos del grupo, y quizá dentro de la rama electrónica también provoque choques entre quienes añoran los años de True Faith, Blue Monday o Bizarre Love Triangle, y esta segunda época que ahora se rememora.

Por suerte, el que suscribe se jacta de haber disfrutado con New Order, casi en todas sus versiones, como gorrino en lodazal. Se maravilla con la facilidad con la que se sacan canciones pop aparentemente del montón, y que sin embargo siempre llevan y llevarán una inconfundible marca de la casa que las hace diferentes a la media. Sus tonos nostálgicos aún en los momentos más sonoramente animosos, sus líneas melódicas de cuerdas y sintetizadores, su especial toque para hacer música. Incluso, repito, en momentos como este en el que resucitan por momentos su lado más petardero, cambiando Ibiza por la Toscana. Incluso cuando las letras no tienen demasiado calado. Incluso, y esto es lo peor, echando mucho de menos a Peter Hook.

Como digo, casi todo el disco se centra en la electrónica, en la animosidad del baile, en el hedonismo sonoro por sí mismo, a base de pildorazos con alma de maxi-single -la media está en cinco minutos y pico por tema-, que se asientan en bases machaconas que, sin embargo, se enriquecen con un buen montón de arreglos y giros melódicos, de estribillos, y rítmicos, que a veces suenan a guiño -luego lo veremos-, y por lo general ahondan en ese espíritu perdido de los temas que componían las primeras raves mancunianas de los ochenta, y su primer emblema con forma de club, la Haçienda de Tony Wilson, la Factory, New Order y compañía.

Bernard Sumner

Bernard Sumner

Singularity es sin lugar a dudas el primer ejemplo clarísimo de esto que decimos, sin entrar en más explicaciones, aunque desde luego, será Plastic la que se lleve la palma. En cuanto a los guiños y homenajes, la peculiar Tutti Frutti, nos llevará, de un lado, a aquel Fine Time que abría Technique, con la voz profunda prologando, pero de otro a un insospechado homenaje al odiado -y luego tan imitado- italo-disco ochentero. Menos mal, entre comillas, que cuando aún estás intentado encajar este brebaje, un delicioso estribillo a dos voces de dos sexos distintos, pondrá uno de los momentos más magnéticos del disco. Pop puro destinado a una pista de baile que hubiera roto suelas hace treinta años. Como guiño entiendo el arranque de People on the High Line, taaaan marcado por el disco-funk de finales de los setenta, y que vuelve a mutar de súbito con la irrupción del piano ácido tan esencial en aquel segundo verano del amor del 88-89.

No puedo dejar de lado Stray Dog, sonoramente oscura, y vocalmente narrada por Iggy Pop, algo que quedaría en colaboración estelar a secas, si no fuera porque el ajado ídolo estaba en el panteón musical de Ian Curtis. Nothing But a Fool, además de ser, quizá en su tramo central, la canción más reconocible como de New Order, es una de las menos festivas, y la que más rompe el molde, pero también esconde ramalazos a otras cosas, como el marcado inicio que podría haber firmado algún clásico del rock gótico queriendo sonar arenoso, o el riff que precede al estribillo, y que abraza de todas todas el alternativismo sonoro de Sonic Youth. The Game, pese a meter algo más de caña, estará en esas coordenadas de final de disco. Pequeños fragmentos reconocibles que ayudan a convertir la escucha en una pequeña aventura. No tan pequeño es lo que ocurre en Unlearn this Hatred, donde bien podrían aparecerse los Pet Shop Boys más desbocados. Y ese Superheated, casi rozando el sonido del tecno-pop más chicloso, amagando, pero de lejos, con acercarse a los parámetros de Sigue Sigue Sputnik, siendo capaz de ser, con todo, un algodonosamente bonito colofón a Music Complete.

De modo que, queridos amigos, aquí el que suscribe está muy contento con este esperado, y hubo un día en que creímos imposible, reencuentro con New Order. Con todas sus pegas, con todos sus defectos y sospechas. Nada empaña que es un pelotazo pegadizo, lleno de detalles que te hacen volver a él una y otra vez, lleno de gusto por la música y la pegada inmediata del pop. Y sin embargo, con la magia de esos trabajos que mejoran constantemente. Cada vez lo encuentro mejor y, en la semana larga que llevo trabajando este texto, ya le he subido la nota tres veces. Muchos debieran tomar nota. Music Complete te llena de sensaciones, y da tiempo extra a una banda mítica que anunció su muerte.

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